Por Gemma Gonzalez Andrés, Socia Directora de Konnectare Values

cerebro social

“Las empresas que sobrevivan será aquellas capaces de desarrollar su inteligencia colectiva y su capacidad de aprendizaje”

Nos han hecho creer que el hombre es un lobo solitario, egoísta por naturaleza que sólo busca su satisfacción personal pero la neurociencia cada vez aporta más evidencias de que esto no es del todo cierto. A mi me gusta imaginar al ser humano como un ser poderoso, compasivo, solidario, que busca su propósito en la vida y que anhela aportar valor. Una amiga mía, psicoanalista, me decía que cada uno de nosotros debemos trascender lo que nos haya tocado vivir. Estamos aquí para aprender, para disfrutar, para hacer un mundo mejor, para evolucionar hacia nuestra mejor versión.

Darwin afirmaba que no sobreviven las especies más fuertes, ni siquiera las más inteligentes, sino las que son capaces de adaptarse mejor a los cambios.

Juan Carrión en su libro “Culturas innovadoras 2.0” pregunta si el ser humano proviene de los cromañones o de los neandertales. Casi todo el mundo cree que procedemos de los neandertales y el confirma que no es así. De hecho los neandertales tenían una capacidad craneal (entre 1600 y 1800 cm3) muy superior a los cromañones (1300 cm3) y no está muy claro por qué se extinguieron. Curiosamente yo he llamado a ciertas personas “cromañones” queriendo insinuar que son bastante básicos… Pues mira por donde los cromañones fueron más “inteligentes”. Según Arsuaga los procesos mentales de los cromañones fueron la clave, ya que permitieron la creación de fuertes lazos sociales entre ellos.

En 1990 el antropólogo Robin Dunbar planteó que la razón primaria de que nuestro cerebro hubiera evolucionado fue que los primates podían vivir en grupos más grandes y ser más activos socialmente. Tal como nos dice el consultor australiano David Rock nosotros hemos malentendido lo importante que es el mundo social para nuestra supervivencia.

El mundo social es tan importante como el mundo físico desde la perspectiva del cerebro.

Naomi Eisenberger, de la Universidad de California en Los Angeles (UCLA), una de las más destacadas investigadoras en neurociencia social, quería entender qué pasaba en el cerebro cuando la gente se sentía rechazada socialmente. Comprobó que el sentimiento de exclusión provocaba el mismo tipo de reacción en el cerebro que la que podría causar un dolor físico. La hipótesis de Matthew Lieberman, de la UCLA, es que los seres humanos, al evolucionar, crearon un vínculo en el cerebro entre la conexión social y el malestar físico, “porque, para un mamífero, estar socialmente conectado con quienes lo cuidan es necesario para su supervivencia”. Este estudio y muchos otros dejan claro una cosa: el cerebro humano es un órgano profundamente social

¿Y para qué sirve saber que el cerebro es un órgano social?

Un campo de investigación muy importante sobre el cerebro social parte del modelo de respuesta de “amenaza y recompensa”, un mecanismo neurológico que gobierna gran parte del comportamiento humano.

Cuando el cerebro está en modo amenaza provoca la activación de una región del cerebro que es la amígdala. En este modo la productividad se reduce y la calidad de las decisiones se ve disminuida. Saber qué cosas puede poner a las personas en modo recompensa es muy importante a la hora de gestionar personas.

La respuesta de amenaza es mentalmente exigente y fatal para la productividad. Dado que esta respuesta consume oxígeno y glucosa de la sangre que extrae de otras partes del cerebro, entre ellas de la corteza prefrontal que es la parte del cerebro que procesa la nueva información y las ideas. Esto perjudica al pensamiento analítico, las ideas creativas y la solución de problemas.

Cuando los líderes activan una respuesta de amenaza, el cerebro de los colaboradores se vuelve mucho menos eficiente. Por el contrario, cuando se preocupan de cómo se siente la gente, comunican con claridad sus expectativas, dan libertad de acción y tratan de forma justa, activan una respuesta de recompensa.

El consultor australiano David Rock en su modelo SCARF, menciona cinco motivadores sociales que podemos tener en cuenta para activar o desactivar estos circuitos cerebrales: S- status, C- certidumbre, A- autonomía, R- relaciones F- equidad. Conocer estos motivadores que activan los circuitos de amenaza o recompensa nos permitirá mejorar la productividad de nuestros equipos de trabajo. Cada una de nuestras decisiones como líderes refuerza o socava los niveles percibidos de estatus, certidumbre, autonomía, vinculación y equidad

Somos seres profundamente sociales que necesitamos conectar con los demás para sentirnos bien. Debemos dedicar tiempo para generar vínculos emocionales en los equipos, para potenciar la creatividad, para innovar y desarrollar la inteligencia colectiva dentro de nuestras organizaciones.

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