Por Luis Ezcurra. Director del MBAi de La Salle Internacional Graduate School os Business

En el modelo tradicional, el líder encarna los valores de la organización a la que pertenece.  Puede ser una empresa, una institución o un páis, La misión del líder siempre es articular la visión hacia donde quiere ir y transmitir los valores que representan tanto la visión en sí misma como el camino necesario para alcanzarla. Estos valores suelen ser estables en el tiempo y no varían mientras la visión y el contexto en la que ésta se construye permanecen  también sin grandes cambios.

En el mundo hiperconectado, el líder puede articular visiones de largo alcance, pero también algunas de vigencia muy corta porque se construyen sobre una idea que inmediatamente se ofrece a la comunidad (crowd) para que la analice, la adopte y la mejore. En este contexto hay valores inmutables: la generosidad para aceptar que tus aportaciones sean compartidas con muchos y que éstos las reciban, las mejoren y las vuelvan a proponer de otra forma a la comunidad.

Esto nos abre un debate interesantísimo sobre la capacidad de la comunidad para convertirse en líder por sí misma, ejerciendo un modelo de liderazgo como consecuencia de adoptar una entidad única, independiente de las identidades de todos los que la componen. Cuando esto ocurre la contribución de los miembros a la comunidad y el sentido de pertenencia se convierten en valores de enorme importancia que son el alimento esencial de esta entidad.

Para que esto adquiera una dimensión  creativa o productiva, hace falta que los valores de apertura, tolerancia y aceptación de la crítica constructiva estén muy arraigados y fluyan sin necesidad de refuerzo permanente. La capacidad de co-creación se nutre constantemente de su propio resultado.