Por Toñín Llorente Gento. Colaborador de La Salle IGS

Fui uno de esos que tuvo la fortuna de ver cómo su sueño de niño se fue haciendo poco a poco realidad. Los sueños de un niño que giraban en torno a un balón y una canasta.

Viendo cómo mi hermano José Luis cumplía también el suyo, y bajo la firme influencia de su ejemplo, una dulce adolescencia de aulas y partidos de baloncesto me llevó, sin apenas darme cuenta, al paraíso.

No encuentro una palabra mejor para explicar donde me he sentido durante los veinte años en los que mi pasión y mi profesión han sido una misma cosa. Veinte años de compañeros, viajes, entrenadores, directivos, árbitros, aficiones, compañeros, equipos, alegrías, sinsabores, algunas victorias, bastantes derrotas –soy de los que piensan que en la vida se pierde más veces de las que se gana-, pero por encima de todo emociones, muchas emociones. 

Pero como los paraísos terrenales casi nunca son eternos, el mío finalizó una tarde de Mayo del 2002, cuando con 38 años y jugando con el Real Madrid, me vestí de corto por última vez para jugar un partido contra el Estudiantes. Pitido final…¿y ahora qué?

Lo primero que pensé, o mejor dicho, lo primero que sentí, fue ser un jubilado prematuro,  alguien al que se le había gripado el motor que le había arrastrado desde la infancia, y que a partir de ese momento nada volvería a ser lo mismo…y algo de eso ha habido.

Contar lo que me había sucedido a lo largo de veinte años me pareció algo muy reconfortante, y mi faceta de conferenciante me permitió darme ese placer. Cuando comencé a ponerme delante de la gente no estaba muy convencido de que las conexiones entre el deporte profesional y el mundo empresarial fueran muchas. Unos cuantos años trabajando y conociendo  problemáticas de equipos fuera de lo que había sido mi mundo,  han trasformado mi escepticismo inicial  en el convencimiento que, y aunque con matices, un equipo es un equipo con independencia que el fin de semana afronte un partido difícil o  dentro de seis meses deba que llegar a unos determinados objetivos , y por lo tanto, las virtudes que los deben adornar si quieren salir airosos del envite deben de ser las mismas.

Aún así las ganas de seguir en la primera línea de batalla me seguían cosquilleando, la competición continuaba preguntándome cada día porque la había abandonado. Así, con motivaciones y objetivos diferentes, pero con la ambición de ser un poco mejor cada día, volví a vestirme de corto. Entre maratones, carreras por el desierto, triatlones de larga distancia, pruebas de esquí de fondo y alguna que otra locura, ha trascurrido buena parte de mis últimos años. Algunas  cosas habían cambiado con respecto a mi época de deportista profesional, el reto era otro, ya no era sólo ganar, era ser capaz de hacer algo que a priori me parecía imposible, lo que por otro lado no deja de ser una victoria. Sin embargo, la esencia de lo que el deporte siempre supuso para mi, la emoción de prepararme para ver hasta dónde soy capaz de llegar continuaba ahí.

Y en esas estoy, intentando siempre hacer cosas que me emocionen, que me mantengan despierto… de vez en cuando lo consigo. Cuando tengo la oportunidad, me satisface transmitir todas estas emociones a los demás…de vez en cuando lo consigo.