Por Jesus Alcoba, Director de La Salle International Graduate School of Business

Últimamente casi nadie hace nada sin haber comprobado previamente que su elección está convenientemente respaldada por una serie de valoraciones positivas de otros usuarios, generalmente presentadas en forma de estrellas, cuantas más mejor. Así, queremos ir a un hotel y previamente escrutamos la valoración que otros clientes han hecho y leemos sus opiniones segmentándolas según sean matrimonios jóvenes, parejas gay, sexagenarios solitarios o cualquiera que sea el grupo al que pertenecemos, contrastando bien toda la información en varios sitios web antes de aventurarnos a hacer la reserva.

Hay un libro sobre la sabiduría colectiva que dice que el pensamiento grupal es más exacto que el individual, y que si se pide a una multitud que averigüe la temperatura de una sala o el peso de un animal, casi siempre acertará con un margen de error muy pequeño.  Dice su autor que el primero que se dio cuenta de esto hace muchísimos años fue Francis Galton, precisamente tras un concurso donde los participantes intentaban estimar el peso de un buey. Resultó que la media de las papeletas combinadas se quedó solamente a una libra del peso del animal, lo que supone un error que es aproximadamente igual al que puede tener una báscula ganadera. En otras palabras, entre unos y otros todos acertaron. Si tenemos en cuenta que ninguno de los participantes cogió al buey en brazos realmente es un prodigio.

Así que al menos en teoría estamos todos autorizados para hacer del crowd decision making nuestro aliado. Sin embargo, la cuestión es que esto nos lleva a vivir en una suerte de intimidad colectiva, es decir, tomamos nuestras decisiones individualmente, pero como al final todos tomamos la misma decisión es como ducharse todos juntos. Si la metáfora le parece exagerada piense en cuántas cosas comparte con sus convecinos: películas que han visto en las últimas semanas, series de televisión que siguen, restaurantes que visitan y, por supuesto, aplicaciones que se han descargado.

A veces duda uno de si las redes sociales tienen más de redes que de sociales, es decir, si su esencia es más la de atrapar que la de relacionarse. Y es verdad que siempre hemos llamado a un buen amigo para que nos recomiende un restaurante, pero cuando el asesor es una muchedumbre anónima uno se pregunta si de verdad quiere estar todo el rato siguiendo a la mayoría. Sobre todo últimamente, que hasta los viajes de aventura son predecibles. Seguro que los investigadores piensan que estas cosas mejoran nuestra vida y que en la naturaleza hay buenos ejemplos de inteligencia colectiva de los que  todos tenemos mucho que aprender, como las hormigas, las abejas y los lemmings. El problema es que por ejemplo estos últimos (aunque el dato no parece del todo contrastado) un día deciden que son demasiados para el ecosistema donde viven, y van y se suicidan unos cuantos tirándose al agua. No se sabe si las hormigas o las abejas hacen lo mismo, pero seguro que hay otros animales a los que a usted le gustaría parecerse más que a un insecto, como por ejemplo un águila o un tigre de bengala.

Es muy posible que, como dice Surowiecki, la inteligencia colectiva sea mucho más efectiva que la individual, y desde luego es imprescindible apoyarse en nuestra red social (que no es exactamente lo mismo que en nuestras redes sociales) para tomar decisiones. Pero quizá también podríamos plantearnos ser más individuales y originales, aunque eso signifique arriesgarse un poquito y tener una experiencia quizá menos segura pero sin duda más auténtica. Salvo que queramos comprar un buey al peso, claro.

Artículo publicado originalmente en www.dirigentesdigital.com.